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Siempre que escribo algo sobre la apicultura, la escribo sobre mis vivencias, las de otros o las imaginarias. Si se trata de mis apimundologías, primeramente y sobre todo, escribo desde la perversa prospectiva de mi ego –pareciera ser.
Muchos años atrás…
Con 70 colmenas en el patio de mi casa, yo era un hombre muy feliz. Trabajaba en un empleo – de esos sin humo ni cera, ni piquetes pero tampoco miel, de lunes a viernes y mis abejas me proveían la diversión y entretenimiento inteligente para mi mente inquieta. Construía mi propio equipo y tenía invadida mi casa de equipo de carpintería, no fue sino hasta un bendito día que Doña Verónica arrojando el compresor, serruchos de banco, mis materiales y todo hacia afuera, que recuperaría su casa. Yo, feliz aun después de eso, seguí trabajando mis abejas que, muchas de ellas, estaban a escasos pasos de mi puerta principal.
-“No son agresivas, es más, son inofensivas…” – le comunicaba a cuanta persona se alarmaba con mis “mascotas”.
Con orgullo –mucho, presumía que podía trabajar las abejas sin protección, y como presumía mucho, mucho yo mismo me lo creí, y mucha seria mi lección de corrección.
Llego el sábado lindo de descanso y carne asada. Salí ha limpiar un poco el patio, podar ramas, cortar yerbas y en huaraches y shorts, sin camisa o camiseta; hacia mis labores. En esos años, sin la llanta de tractor que ahora cargo de cintura, mis músculos pudieran haber sido utilizados como yunque, mis puños como marros, mis manos como enormes fauces poderosas, y mi cabeza de hacha – ¡partía arboles enteros con mis mandíbulas y cabeza!
Como pueden ver, los recuerdos me hacen un súper humano cuando los dejo aconsejarme, y si les escucho, fabrico posibilidades y correctores para todos los problemas del mundo.
Aquel día caluroso, Doña Verónica lavaba sus platos en la cocina que tiene una ventana y fregador directamente hacia donde teníamos las colmenas, y fue de ahí, donde como si se encontrara en un palco, que vio mi dignidad desaparecer en nada….
Yo, caminaba haciendo quehaceres mientras esperaba que me hablara mi esposa a la comida. Aburrido, vi como una de las colmenas tenía mucha actividad, pero confiado de más y apoyado de mi egocentrismo, me lance sobre la colmena, no creo que para inspeccionarla, más bien era como lo hacen mis pavos ante sus pavas; se esponjan, levantan la cola y caminan con arrogancia como que no las ven pero sin quitarles el ojo de encima.
- “¿El traje? –ah, que lo usen los feos y cubran sus miserias” - me dije, “además, que traspasa o se atreve a atacar esta piel ruda, fuerte como el acero y asimismo, usar el traje, sería como cubrir la estatua de David de Miguel Ángelo” – me convencí.
- “¿Ahumador? – ah, eso es para los novatos, los que no tienen una relación directa, honesta y directa con sus insectos; mis abejas me aman y yo a ellas…” – continuaba hablándome mi arrogancia.
- “¿Cuña? - pa’ que… ¿acaso no son mis dedos más fuertes que el granito?” – me dije…
Y el Aurelio, como torpedo que sale de un submarino nazi, con trayectoria directa, se lanzó sobre la colmena. Llegue y parpadeando echaba ojo para ver a mi dama con ojos de pavorreal. Tronándome los dedos, moviendo mi cabeza de lado a lado, y con un movimiento de conductor de orquesta levante la tapa y entre tapa, y ¡sopas!.
Mis abejas lindas, chulas, preciosas hijas de papa, terroncitos de azúcar voladores, biscochos de boda; ¡pedos de monja!; me atacaron.
Ahora después de muchos años, reflexiono de cómo debe de haber estado eso; “!Y EN ESTA ESQUINAAAAA……, El CABERNARIO ESPONJADO!..” “EN ESTA OTRAAAAAA……, LAS 60 MIL DESALMADASSSSS! –“Recemos y elevemos una oración por este menso” ¡Clin, Clin, Clin!
Yo solo recuerdo que intentaba correr con una mano agarrando mis shorts (no traía calzones y en el momento que vi mis nietas jugando en el lado extremo del patio, lo recordé)
Puedo asegurar que una mano, por más veloz que sea, no es capaz de repeler un ataque de abejas – sería más fácil detener la furia de una mujer herida y sin Dios.
Puedo garantizar que las alas de las abejas son más rápidas que dos piernas pegadas a un hombre lleno de pánico y cubierto de aguijones.
Puedo honestamente compartir que es fácil perder tu short en una carrera contra las abejas, si lo único que traes puesto es tu arrogancia y tarada forma de creerte intocable.
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