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Caminaba entre los árboles de manzana que he plantado durante esta última parte de mi vida, apoyado de las muletas que hoy en día me acompañan. Buscaba una vara fuerte y de ciertas características especiales para mí.
Quiero fabricarme un cayado.
Quiero un cayado –o muchos, que sean de mis árboles, un bastón que me apoye ahora que lo necesito y buscare entre mis arboles porque de alguna manera majadera, pienso que porque los he plantado, no causo un mal en talar una rama ajena.
Quiero un cayado de manzano rojo, otro de membrillo, otro de durazno, uno de nogal y muchos más. Quiero que en mi vejes y ahora en mi lisiada forma de caminar me acompañen mis árboles y me apoyen en el camino. Un día plantarlos fue mi intención y misión, y por años los cuide y cultive. No quiero un bastón de parra porque las uvas agrias y sus jugos fermentados, suelen entorpecer el caminar de cualquiera. No quiero bastones de higuera porque su dulzura extrema es mal acompañante de un alma entristecida y vagabunda y me recuerdan a mi tío. No quiero un cayado de mezquite porque el desierto no lo sembré yo, hoy me reusó a cocinar la carne sobre brazas de Mesquite por creer que es como cocinar sobre el cadáver del gigante que hoy destruimos. Quiero labrarme un cayado de rama de membrillo para apoyarme en el recuerdo del amor con que siempre me ha hecho mis dulces y ates; mi esposa. El cayado de nogal me recordara a mi abuelo, que en su vejes plantando un nogal, esperaba con ansias sus primeras nueces y sabiendo que eran tan solo 15 nueces, las reservo para él y su viejita, y para nosotros, nos guardó las hojas para un té. Con el paso de los años, el abuelo encorvaba la cepa de su cuerpo a la tierra y su nogal cada día más erguido, parecía robarle el vigor de su juventud hasta que fueron tantas las nueces, que no le quedó más que compartirle a su nieto que esperaba comer de sus nueces cascara de papel.
Inicie con fabricarme un cayado de Lila, por ser un árbol que desde mi niñez me acompaña junto al recuerdo de mi madre. Mi padre solo planto lilas en su vida, y ahora que las veo, recuerdo al viejo y su obsesión por las copas verdes del verano. La lila es persistente y florece aun en los años más secos y su fragancia llena los recuerdos de mi infancia; escucho la voz de mi madre entre los racimos de flores y se mesclan con el perfume. El vuelo errático de las abejas sobre sus flores, el perfume de las aceras de mi ciudad y los ramilletes de flores que las lilas dejaron en mis recuerdos de la Cd. Juárez de mi niñez, no son aturdidos ni pueden ser borrados ni por la violencia y la sangre que hoy han cubierto las calles de mi ciudad.
Me acompañara mi cayado de Lila cuando camine entre las calles que hoy se cubren de terror. Hoy entiendo el caminar errático de los viejos, y como ellos, yo caminare ahuyentando con mi cayado de lila los demonios que atormentan a los viejos y lisiados. Sacudiré el polvo acumulado de los hermosos recuerdos que emanen de mi bastón, y como mago que sacude sus hechizos sobre los obstáculos; venceré recordando mi infancia en el hogar de mis padres.
Quiero encontrarme con la muerte, caminando con un cayado hecho de uno de los manzanos que plante en un orfanatorio. Quiero ver en sus caprichosas formas los rostros de los niños y niñas que me acompañaron durante mí caminar, quiero recordar sus sonrisas y el gusto de morder una manzana por primera vez, quiero caminar pensando que el trabajo duro eventualmente deja fruto y que no todo lo que el hombre planta tiene la intención de rendir fruto inmediato sino, que quedara para las futuras generaciones de necesitados y abandonados.
Quiero morir caminando con mis cayados que traen recuerdos de la vida que en su momento partirá de mis lisiados miembros y antes que llegue el momento, quiero utilizar esos cayados para continuar haciendo hoyos para plantar más árboles y más esperanza para las vidas que siguen detrás de los senderos que hoy dejamos con nuestro caminar.
Cuando yo muera, quiero que quemen mi cuerpo arriba de mis callados y sus cenizas se esparzan en los montes y laderas que camine toda mi vida, en los desiertos y montañas que me alegraron en primavera y en el Rio Bravo que dejo su bravura para regar el algodón del valle.
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