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No es fácil ser decente frente al reflector del teatro y función que es esta vida, pero bailar indecente al ritmo de los intelectuales y amos del momento, aquellos que sostienen el ritmo de este músico-comedia de la vida real no se me da. Te expones en tu individualismo que te exige vivir en dualismo moral y espiritual que reclama la lluvia sobre el rostro, te solicita el beso tierno de tu amada sobre el rostro cansado. Soy insolente porque me atrevo a vivir sin consenso de las sotanas y fui indecente en mi nacimiento y desde mi bautizo -al que nadie me invito a participar. Soy obsceno porque llevo mi apicultura a mi gusto y sin el consenso o aprobación de lo establecido y los despiadados rigurosos idólatras de los rituales de antaño.
Soy pecaminoso porque llevo en secreto y bajo la piel, el deleite por la lucha libre, sus enmascarados salvadores del mundo, sus máscaras de color y en remembranza de seres mitológicos. Amo a la vieja grosera que grita sus majaderías a los rudos y le apuesto por la ancianita que besa en la frente a los luchadores que fueron ídolos y grandes expositores de la afición, pero que ahora caminan medio heridos, medio vivos y con como si cargaran el mundo entero sobre sus hombros. – Y me siento indecente porque leo a Dostoievski y a Tolstoi con la misma hambre con la que lleno mi necesidad de ver la lucha libre y leer y enamorarme otra vez mas de Anna Karenina, su inocente estúpida existencia de amante frustrada y esposa fornicaria.
Soy indecente porque prefiero el trabajo en mis apiarios y mis abejas, el sudor sobre mi frente junto a ellas, el sol y viento que embelese los sentidos sobre las colmenas, que al trabajo de una aburrida oficina; y sonrió con el honesto olor a miel, estiércol y pastura de los establos.
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