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Allá en el horizonte, donde el mar tiene un romance furtivo todos los días, ahí donde besa el sol y la luna - donde ellos danzan en un amorío eterno al compás del zumbido de las abejas, allá donde una seducción milenaria que se desarrolla entre falta de pudor y de fronteras entre ellos, entre milagros y encrucijadas; se espera la cosecha de miel.
Allá donde existía un hombre carpintero vestido en harapos de apicultor, mismo que siempre intentaba que nos acogiéramos a la luz; a la sorpresa y al color ámbar que filtraba la luz entre la miel. Allá donde vestía su velo entrelazado de sus cabellos que permitía a las abejas acariciar su fas y que de ellas tomaba consejo. Ahí donde mojando su velo, harapos y cabellos en miel escribía con ellos como con un gran pincel en el cielo el poema de abejas que lleno de colores, nubes y tormentas nos enamoró. Allá donde la luz y el horizonte se mezclan con el olor a miel, y la miel con el dolor del productor – allá donde los romances nunca terminan y donde no tienen inicio ni tendrán final.
Allá, en una escalera de serpentina donde sube y baja el estado de ánimo del destino derivado de un hambre de justicia que no es nunca satisfecha - a pesar de intentarlo. Pasajes de unas ansias que nunca terminan, de días que nunca llegan –noches que no se van y cosechas que se esfuman; allá donde al llegar las paredes me ahogaron, los ríos me secan, los cielos se desvanecen y los arboles no dan su fruto y que en esos momentos camino, vagabundeo y peregrino sin vida entre los vivos. Allá donde los diamantes no tienen brillo, los secretos pierden el morbo y el lado obscuro de la luna nos promete una velada, allá donde danzamos todos los valses de la esperanza, allá cimentamos la ilusión de nuestro caminar, allá pagamos todos la entrada al espectáculo con la misma moneda de la ilusión y confianza en un mejor día.
Allá en el mañana nos espera lo que sembramos hoy.
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