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La palabra me asusta desde siempre, tal vez sea mi ignorancia o dejadez de formalismos, será tal vez que la primera vez que que la escuche, fue de un apicultor de micrófono y reflector, de esos que viven de hablar y escribir sobre algo que desconocen a nivel personal. Si, lo confieso, no soy amante de los términos propios -ni ajenos, me gusta la apicultura pero la he llevado de forma inadecuada a términos, nombres adecuados, subsidios y programas.
Pero al grano, y a lo negro se le dice negro y al blanco se le llama blanco. El término “pecorear”, lo interpreta el Rector de la Universidad del Alto Conocimiento Apícola Contumaz e Irreverente, como toda tipo de abeja que logras ver fuera de la colmena. Si la encuentras en una flor, es abeja que pecorea, si está en bote de cerveza no es porque la tristeza de no poder votar por López El Obrador, es porque está en su misión de pecorear, si la encuentras en mi calva en el verano, no es porque estudia mi pérdida de cabello o se lamente de mi calvicie prematura, esta tal vez buscando el agua o sal de mi sudor y pecorea por ellos.
Las abejas pecorean principalmente buscando dos cosas; energía y nitrógeno, néctar y polen.
La energía la encuentran en forma de néctar, que rico en calorías en sus formas de carbohidratos, les dará el brío y fortaleza para su agitada vida. El polen se puede decir que es el producto secundario del pecoreo –pero el decir y asumir es dificultoso cuando se trata de un animal tan complejo como lo es la abeja.
Una colmena al salir de la época de invierno, la época donde no se obtienen recursos, lo primero que encuentra es el néctar. Pero ni las reservas de miel ni la entrada de polen harán el efecto que marca la entrada de polen a la colmena. Si entra puro néctar, la colmena no incrementa significativamente su población y se mantiene casi estática, pero si inicia la entrada de polen, las poblaciones se disparan.