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La serenidad de tu respirar me inspira confianza, ahuyenta los demonios de mi pasado, controla la ansiedad de mi presente y vivo porque sin ti, es morir. Escucho tu voz suave entre las ramas del nogal, pervivo tu caminar sobre la arena del desierto y reconozco tu deidad y dominio.
Gastamos nuestra existencia corriendo y trotando sobre el camino mismo que deberíamos saborear, pisoteamos y arrancamos todo en la vereda sin darnos cuenta que es la vereda misma, la meta y recompensa en nuestro andar. Buscamos lejos lo que tenemos dentro, nos afanamos por llegar sin darnos cuenta que el destino somos nosotros, que el futuro lo vivimos hoy; que el inicio de nuestra eternidad inicio el momento que reconocimos nuestra debilidad y el polvo bajo nuestros pies. Polvo que nos reclama, nos llama, nos recuerda la esencia de nuestra composición superflua, efímera e irremediablemente finita. Somos parte de un inmenso universo y moléculas de un gran cosmos.
Criaturas perfectas; de imperfectos modos y costumbres somos. Rodeados y coronados de esplendor, mares, ríos, naturaleza, bosques y montañas, caminamos destruyendo y manchando de “progreso” lo que no es nuestro.
Pagaremos cara nuestra soberbia, heredaremos a los nuestros nuestra altanera cosecha de ácido y agrias viandas –volaremos sobre el humo y ceniza de lo que tuvimos en nuestras manos y convertimos en vanguardia.
Y al regresar a ti, motivo de mi existencia, llorare por lo que he perdido, gemiré por los que se quedan y juntos, si lo permites, pintaremos los cielos de limpio oxígeno y lluvia fresca, despertaremos las grullas del invierno eterno, correremos tras las luciérnagas para que guíen el camino del perdido; pediremos al gorrión que nos regale su canto.
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