
No sé por qué parece ser, que la vida de la apicultura moderna está muy ligada a los religiosos y la religión. La colmena Langstrough, fue diseño y resultado del trabajo de un ministro que, al estar deprimido, un amigo le recomendó la apicultura. Ya sea por aburrimiento o capacidad de observación, el ministro Langstrough descubre el espacio vital y recopilando aportaciones propias y ajenas, saca el sistema moderno de tener abejas en cajones, con bastidores y tamaños específicos que hasta este día utilizamos. En el caso de la Abeja Buckfast, fue que el año 1920 la apicultura sufrió graves pérdidas en las islas británicas con la aparición de una enfermedad endoparásito del acaro traqueal Acarapis woodi. El Hermano Adams, monje de un monasterio llamado Buckfast Abby en Devon Inglaterra, se encargó de investigar y diseñar una raza artificial de abejas, que fueran adaptadas a soportar enfermedades. Cuenta el mismo en sus memorias, que viajo por todo el mundo investigando apicultura y apicultores que manejaran abejas productivas, en similares condiciones que las que tenían en Inglaterra, y escogiendo de lo mejor que encontró, se llevó reinas para cruzarlas en su tierra y con ello sacar la Abeja Buckfast. En mi opinión, y de acuerdo a lo poco que conozco de genética, esta abeja en su estado natural donde fue diseñada, con grandes líneas similares y poca influencia externa, es posible que la mescles de genética y condiciones únicas, sea abeja que produzca bien –en ese clima y condiciones. Pero ya sacadas de ahí, sin la protección y aislamiento que el mar provee, la abeja buckfast simplemente diluye todo su potencial por predominar la genética adaptable y adaptada a cada zona.