
Cuando vas a una reunión y
evaluación de desempeño de nuestros gobernantes, y para tacharles de malos y holgazanes empleados, usaran la
como sinónimo despectivo de lo peor.
Si tu mama te ve comiendo aun otro higo, y tu acostado debajo de una higuera, con una manguera en mano regando mientras con la otra mano tientas el higo para ver si está listo para tu paladar, aunque no hayan salido ni las hojas; tu madre creerá que eres un “zángano”.
Si pasas por una clínica u hospital del Seguro Social, y ves por la ventana la sala de emergencias llena y las grandes filas para que sean atendidos, y en las filas ves gente que ya está muerta y momificada, niños que nacieron en las filas y tienen bigotes de Emiliano Zapata –mientras tanto los médicos y las enfermeras se “echan” un jueguito de ajedrez, novelas o se pican la nariz; los calificaremos como “zánganos”.
Y para culminar los ejemplos y que a todos nos ha pasado, cuando ves pasar al personal de SAGARPA en los vehículos oficiales al rumbo de unas enormes tortas y tamales, o simplemente te visitan por milagro, en el momento de verlos indiscutible e imprescindiblemente siempre dirás; ahí vienen esos zánganos.
Siempre lo peor de lo peor en nuestra sociedad y en nuestro afán de describir su pereza y falta de cumplimiento de funciones, invariablemente utilizaremos la palabra zángano como quien dijera; ese tipo es un mantenido, irresponsable, bueno para nada, inservible, insensato y fatuo.
¿Pero, quien en realidad ha pisado en los zapatos de un zángano?
¿Quién sabe con certeza de su sufrimiento?
El zángano se apareara con una doncella – o no muy doncella según el turno que le toque y si le toca el apareamiento – ahí su primer y último problema. Su encuentro y final será con una doncella de la cual no conoce ni su nombre, ni sabe si le gustan las melodías cursis de Justin Bee-ver o si será priista. Sus enormes ojos no admiran después del encuentro la enorme cola de su reina, ni su gran apetito llenara de la comida que servirán las patas de su amada, ni le llevara al cine, ni ella le gritara por llegar borracho los viernes y sin el gasto para amanecer el sábado amándose más que el viernes. ¡No señor!
¿Cuántos de nosotros nos gustaría cumplir nuestras funciones de guerra, luchando, sudando, pujando y para al final, al triunfo, dejar las armas en el campo de batalla mientras caemos cual árbol talado pero con una sonrisa de antena a antena? -¿Cuántos?
El zángano no llevara un romance normal de conquista, el no preguntara si a su doncella le causan gases los frijoles y nunca despertara con el sonido raro de un gas emitido de su amada casta y pura. No sabrá si prefiere la música de Arjona o de Rigo Tovar, no hará un esfuerzo por conquistarla sino que se enfocara en una carrera por alcanzarla –. Y como vil y torpe torero, se lanza al ruedo sabiendo que nunca conocerá sus hijos, nietos o descendientes, un torero que clavara las banderillas sin jamás volver a recogerlas. Tirara la bala y no sabrá nunca si su bala encontró el objetivo porque poco a poco caerá el abismo, ya sin sus armas –desarmado caerá porque el esfuerzo, placer, o desilusión lo matara en el momento del coito.
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