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Un Sansón y una Dalila

Foto del escritor: aureliopaezaureliopaez

Mi infancia son recuerdos de un Cd. Juárez sin violencia extrema, son días de extremo frio, donde caminar entre la nieve y el hielo aparte de ser un reto al equilibrio, puede convertirse rápidamente en un asalto a la sobrevivencia. El invierno siempre crudo, lo recuerdo en mi barrio, con calentones de petróleo –un refinado combustible que se vendía en la frontera y que parece un diesel y que también era combustible para las estufas de las familias humildes. La pequeña estufa de petróleo, daba flamas azules que regularmente emanaban de una parrilla con dos o tres quemadores. El combustible estaba en un recipiente de vidrio, y con el movimiento de la sartén, o la hoya de los frijoles, el combustible se meneaba de un lado al otro y servía como prisma que descomponía los colores de la luz en multifacética forma. Pero todos los inviernos tienen un fin, y cuando yo conocí a Dalila, me recordaba a los niños de mi infancia que olorosos a los gases que el petróleo emite en mala combustión, “apestábamos” todos, impregnados a ese peculiar olor. Dalila llevaba el olor de un alma que ha vagado entre las penurias de un largo invierno, y contenta por ver el invierno terminar, esperaba la primavera con ansias.

Dalila tenía 4 hijos y no sé cuántos tendrá en estos momentos, porque existen almas cuyo destino es vagar en un invierno eterno y aflicción que llevan como perfume permanente sobre la piel. Intentaba dejar las drogas y parecía haberlo logrado. Pero los inviernos nos dan superficies rígidas y resbaladizas y Dalila parecía que en cada paso que daba, el piso se le hacía resbaladizo y la amenazaba y atraía de forma permanente. El invierno del alma siempre está en espera de reclamar las almas que le pertenecen. Dalila encontró empleo y sus hijas e hijo vivían en la granja hogar que yo dirigía. Se recogía temprano con sus críos, cual gallina que cubre a sus polluelos y día tras día caminaba con alegría en la primavera de su existencia. La primavera llena de cantos de ave, retoños de verdor y flores tempranas del manzano, llena de regocijo y esperanza a los que vegetamos los inviernos fuertes –y la piel nos huele a gases tóxicos del combustible que nos permitió sobrevivirlo. Dalila un día no esperado, recibió la visita de su madre, quien reclamaba que pagara los adeudos que tenía con una tienda ahí en la sierra. Allá las tiendas se especializan en todo y nada, venden desde alimentos para ganado, hasta el jarabe para la toz. Dalila debía dinero de la ropa que había sacado en crédito y a tienda exigía su dinero a quien pudiera, y la madre de Dalila, mujer humilde, pedía que se responsabilizara. Dalila trabajaba en un restaurante donde apenas ganaba lo necesario para medio vivir con sus crías en el cuarto que le había prestado en la granja hogar, la verdad, no sacaba ni para la comida y ellos como familia, comían de las viandas de la granja hogar y a cambio, nos apoyaban en todo lo posible como lo hacen las almas agradecidas. Pero las visitas de la madre se hicieron cada vez más frecuentes y cada vez más exigentes. Nunca he sabido si lo hacía con una legítima defensa de la responsabilidad financiera, o si lo hacía por continuar afligiendo y tejiendo la maraña que tiene atadas a las almas al invierno eterno. Dalila se fue de la granja hogar sin decir adiós, se llevó sus críos, los útiles escolares, unas cuantas garras y sus recuerdos. Me entere que había rentado un cuartucho donde vivía con sus críos. La pobre mujer, que habiendo tocado el pasto y olido el aroma y perfume de los árboles frutales de primavera; regreso al invierno –se prostituía sin glamour ni gloria, sin trajes exóticos ni atuendos de Hollywood. Después vería a las niñas y el niño llegar a la granja hogar misteriosamente a las horas de comida, donde se acomedían a todos los quehaceres como un alma agradecida. No me atrevía a decir nada, solo les ofrecía más ropa, útiles o cobijas porque sabía que vivían solos durante las largas noches. En pleno verano habían regresado todos al invierno de su madre…

Un día me tope a Dalila en la tortillería, y me pedía que la llevara a recoger una estufa de leña que había dejado en uno de tantos ir y venir en la casa de su madre. Con gusto acepte acompañarlos a la casa de la Abuela Ramona. La abuela Ramona, en cuanto la vio, le reclamaba cosas, y Dalila, con sus críos, intentaba arrastrar la pesada estufa de leña del rincón donde había acumulado oxido y nidos de ratón ya del mucho tiempo sin un fogón encendido y caliente. Veía la estufa fría, sucia y oxidada siendo arrastrada por el patio de la casa de la Abuela Ramona, mientras Dalila cuando podía, se llevaba las palmas de sus manos a sus oídos, se agarraba el cabello que caía sobre su cara, y el óxido, polvo y sudor, olor a ratón cubría su rostro como si conscientemente se hubiera fabricado una careta ante la hostilidad. Se tocaba con los antebrazos la cara mientras pretendía esconder al hundir su cuello y cabeza entre sus hombros. Dalila arrastraba la estufa, superaba obstáculos y la madre le repetía una y otra vez lo que tenía repitiendo ya desde la primavera.

Para todo hay tiempo debajo del sol, tiempo para reír, tiempo para llorar, tiempo para trabajar, tiempo para descansar y para Dalila, con la velocidad de una explosión repentina, en un segundo, se transformó… era tiempo de gritar...

- ¡Ya déjame en paz…! – gritaba Dalila entre frases y más frases…

- ¡Madura y responsabilízate! – le gritaba la madre.

Se dijeron muchas cosas y ninguna parecía estar dispuesta a retroceder. Dalila le reclamaba por qué haberla sacado de la granja hogar, la abuela justificaba su crueldad. Al día siguiente las crías de Dalila regresaron a la granja hogar donde se les dio una cama calientita y alimentos. Se les llevo a la escuela y la rutina continua por unas semanas. Dalila regreso con claras marcas de quien vive en un invierno y se atreve a desafiarlo pero, el invierno regresa con furia a reclamar lo propio. Dalila no sonreía más, y la abuela la buscaba pero ya no en son de pleito ni reclamo- existía entre ellas un secreto que compartían con lenguaje corporal, con miradas que se sostienen cara a cara, luego cara a suelo…

Dalila permanecía en su cuarto y solo intentaba salir a comer y hacer quehacer porque eso hace un alma agradecida. Sus críos se convirtieron en cuidadores

El verano llegaba a su fin, y la tarea en la granja hogar era de abastecerse de leña para prepararse para el invierno. Pero existen almas que le dan a bienvenida al invierno porque han vagado en el frio y hielo por eternidades, y la leña no es necesaria para sobrevivir porque su fogón no sabe lo que son las brasas calientes que quitan el frio que cala hasta los huesos. La abuela Ramona permanecía horas sentadas afuera del cuarto de Dalila, mientras que Dalila, permanecía horas acostada adentro del cuarto y la pared que las separaba compartía sus penas. Existía entre ellas un poderoso rencor que cual poderoso Sansón, derribaba las columnas del templo aun en riesgo de perder la vida.

Un día las vi llorando juntas, y ese día me invitaban a sentarme y escuchar el lenguaje que se habla en silencio y en invierno….

- “No Dalila, no lo recuerdes así, ¡lo hice por tu bien y además, a mi, mi madre también me lo hiso y mírame, no me fue tan mal… !” –gritaba la abuela.

- “Usted me vendió, ¿no lo entiende?” – decía en voz monótona Dalila.

- “Yo sufría Dalila y era lo único que pude hacer” – la abuela bajando la voz explicaba.

- “Usted no entiende; yo era una niña de 8 años cuando usted me entrego a ese viejo de 60 años. Parí entre los pinos antes de cumplir los 10 años y el viejo me obligaba a bajar a puros golpes al rio a lavar mis cobijas y las garras donde se ensuciaba mi niña...”

Un “perdóname Dalila”, muchos reclamos más, y vidas que continuaron en esos reclamos y continua agonía fue lo que resulto de todo eso.

Dalila regresaría con el tiempo a las calles, pero esta vez acompañada de dos hermosas niñas que nada tenían de puras ya cuando las volví a ver. Una de ellas termino siendo “la posesión” de un soldado que estando destacado en la sierra, regresaría a la sierra de Chiapas donde ella, es algo así como esclava no solo del hombre, sino de toda la familia. La otra, algo similar pero más complicado y los demás, algo peor. Dalila vive ya enferma de las limosnas que le envía un enamorado desde estados unidos.

Ahora después de muchos años, esas almas me escriben y me dicen que están agradecidas y me agradecen aunque no hice nada por ellas, pero eso hace el alma que momentáneamente ha salido del invierno y es agradecida…

 
 
 

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