
-Juana; “cómprame una casita”, -le dijo a su marido.
Ella había nacido de una familia nómada del estado de Tlaxcala, donde familias enteras vivían en “Calpanerias”, o grupo de cuartos donde vivieran los trabajadores del campo en las haciendas, tanto sus padres como sus abuelos, y hasta donde la memoria lo permitía, ella solo recordaba la vida de ir y venir sin un lugar fijo. En el norte de México, y en los Estados Unidos, los trabajadores del campo que vivían de forma nómada, siguiendo las cosechas, les llamaban a estos cuartos; “Presidios”.
Pudo haber nacido en las selvas, los llanos o el desierto, pero nació en la tierra de los volcanes, en las fértiles tierras del pulque, el maíz y la malinche; nació en el estado de Tlaxcala, en Santa Catarina Omitlan. Nadie recuerda cómo fue que adquirió sus abejas, pero en el momento de casarse con un buen hombre jornalero, compañero de esa vida nómada, ella ya contaba con 32 cajones. Platica su familia, que las abejas de aquella mujer, eran amarillas, chiquitas, nada agresivas, convivían con personas y bestias a la vez y producían productos que complementaban los ingresos de Juana García. Se cuenta que Juana antes de casarse, tomaba sus productos y viajando junto con otros comerciantes, se empataban en las veredas y caminos, donde compartían la seguridad del peregrino y el destino del treque. En aquellos momentos, la gente manejaba el trueque como forma de comercio y las monedas eran raras dentro de las transacciones. Los bosques y montañas de Tlaxcala se llenaron un día de vientos de guerra, y como las grandes haciendas representaban parte de la lucha que los campesinos reclamaban, tanto los hacendados como los peones de esos lugares se sintieron vencidos por los revolucionarios, y Juana le pedía a su marido una vivienda propia, ya que la forma nómada, de hacendados y de haciendas llegaba a su fin. Compraron una parcela en San Juan Tadeo Hiloapan, Municipio de Panotla, Tlaxcala, donde compartieron pan y penas, sueños y tristezas; donde vieron sus hijos nacer y llenar de alegría sus parcelas ya propias. La revolución trajo beneficios para la nación, pero esos beneficios no siempre llegaron a las familias pobres y ese fue el caso de la familia de Juana. Humilde gente trabajadora de la tierra de los volcanes, labro la tierra y trabajo sus abejas sin nunca afiliarse a las cooperativas ni a las empresas. Cuidaban de sus abejas con el afán de un niño con hambre, esperando castrar las gruesas “lonjas de miel” –las pencas de miel, que con sus manos sin guantes ni con cuerpos protegidos de ropa especial trabajaban. Eran tiempos después de la revolución, y las abejas se trabajaban dentro de los quiotes del maguey, donde se ahuecaba su interior, y con una paciencia de artesano, se le instalaban tapa y fondo pegadas con estiércol de vaca y arrojaba colmenas rusticas que, se “castraban” después de las floraciones. El maguey arrojaba quiote, el quiote flores ricas en polen y néctar que las abejas pecorean, del quiote sacan el aguadulce y el pulque, y de las flores platillos sabrosos conocidos solo para los habitantes de las zonas abundantes de maguey. Las abejas se atrapaban en enjambres, cubriéndolas con una manta, se transportaban al lugar deseado, donde se les instalaba dentro de un quiote hueco con una tapa ya instalada y al momento de instalar las abejas, se les instalaba la segunda tapa con un pequeño orificio del tamaño de un dedo meñique. Después de haber sido instaladas de forma horizontal entre árboles y se les recubría de hojas de maguey, en forma de teja, para que el sol y la lluvia no hiciera daño al “mezontete” – o quiote hueco donde se alojaban las abejas. El quiote se cortaba cuidadosamente y de aproximadamente un metro y medio, se le cortaban o fabricaban los extremos redondos o tapaderas redondas del mismo mezontete, y esos “meyolotes” o tapaderas hechas de mezontete y en forma de tortilla, se instalaban pero, no sin antes haber tratado el quiote o mezontete de forma que quedara liso, y se untaba por dentro de toronjil, incienso o azúcar quemada para hacerlo más atractivo para las abejas.
La familia de Juana aprendió el arte de atrapar enjambres en vuelo, que con una técnica ya casi perdida, el apicultor hace ruido con algún objeto metálico, piedras volcánicas o campana, y de forma continua y ruidos agudos, logra que los enjambres abandonen el vuelo y se posen en un árbol o algún objeto que encuentran. Ya ahí, la familia teniendo el mezontete preparado, tomaba el enjambre poco a poco y lo vertía dentro del mezontete con una jícara o las manos libres y así capturar el enjambre. Ya para la cosecha, se retiraba una de las tapas y se sacaban las lonjas de miel y si estas tenían “hijitos” –larva, se volvían a colocar cuidadosamente dentro del mezontete y junto con la mitad de toda la miel, se volvían a tapar. Las lonjas o pencas eran exprimidas a mano y con la ayuda del sol, escurrían la miel en una olla para así almacenarla. Elvira y Ofelia continuaría las tradiciones y apicultura autodidacta, y cuando llegaron “las cajas técnicas”, ellas solo recibieron cajas de medidas modernas, pero no recibiendo la asesoría, siguieron trabajando las cajas técnicas pero, con la enseñanza heredada de sus ancestros.
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