A mi esposa le pico una viuda negra, y casi casi me convierto en un viudo de negros entresijos; -no me imagino mi vida sin ella.
Resulta, que vivimos en un área donde las hormigas, los ratones, (de cuatro patas y cola grande, con bigotes de Pancho Villa), las víboras, y las arañas, siempre nos acompañan a inspeccionar las colmenas. Mi pobre y abnegada esposa Doña Vero, tiene por costumbre levantarse tempranito, industriosamente hacerle el almuerzo y el lonchi a su cachetón querido del alma, y después de alimentar a José (nuestro hijo que es el montacargas de la familia) y llevarlo a la escuela, atiende a Frida, Diego y Keleph –sus perros.
Pero su rutina ahí solo inicia, sino está embazando miel, filtrando, procesando, haciendo velas; está cocinando esos postres y platillos que me han llevado a la ruina, aquellos que se llevan lo mejor de mí, me agobian y estorban; son los muchos kilos que su deliciosa cocina me han dado. Pero como mi esposa es de muy baja autoestima, yo no tengo el valor de decir que no, que no me comeré esos pastelillos de queso que tanto me gustan, que sus mazapanes que todos esperan en navidad, y que yo habiendo descubierto su escondite y caja de seguridad secreto; ya lo tengo vacío. También descubrí donde tiene su ate de membrillo que tanto aclama la gente al comerlo, y con temor de que se eche a perder, o que se lo coma un ratón, o que quede como una de esas obras de arte, que viejas y polveadas, se quedan sin lustre, ni gloria, ni nadie que les diga un piropo; por eso, yo si le presto su debida atención y me lo como. Pero, ya, dejemos eso, porque yo les confieso que solo lo hago para alagar las manos que lo preparan, y no para satisfacer mi gula sobrenatural.
Y cuando le pico la araña, aparte de preocuparme el quedar viudo joven, guapo, cachetón y barrigón – apariencia de Santa Clause, producto de su cocina– me preocupe también de los escondites y quien llenaría estos, sin ella.
Fue ahí donde con arduas fuerzas, ingenio sobre humano, y con la necesidad de continuar mis escapadas con los ates, pastelillos, mazapanes y más, perdón, más bien por temor a perderla; busque formas de matar arañas sin matar o poner en riesgo a mis abejas.
Ella después de toda una jornada de atendernos, y en cuanto salgo del hogar para chambear para una empresa constructora, se pone a atender las abejas y ahí, al mover un equipo, le pico Celia Cruz; la desdichada, que de apodo así le conocíamos. No todos los depredadores son malignos para las abejas; donde tenemos muchos lagartijos, no tenemos problemas con la polilla, si tenemos arañas, tampoco. A los ratones los odia Doña Vero, y me exige que me dé un duelo con ellos y los extermine. Y como mi princesa manda, yo me visto de valor, me llevo la armadura de un caballero, y combato al terrible animal, bestia tenebrosa del campo que se atreva a hacer saltar, bailar, llorar, soltar bastidores llenos de abejas, y correr más rápido que un Raramuri en la Sierra de Chihuahua a mi querida mujer. Confieso que es divertido verla saltar, pero también confieso que no sé qué haría ella sin mí, aquel que consume sus deleites y se deleita con su presencia –creo que si se entera que me divierto con sus danzas entre las abejas, me abandonara y se ira a trabajar de monja en el Tíbet. Y por eso, me armo de valor, y combato las alimañas y monstruos que afligen a mi reina en su reino! Si hicieran una película ella y su historia en la sierra Tarahumara, se llamaría; “Masabari Si-ori” - o “La que Danza con Abejas” en lenguaje raramuri… por favor no le digan que me va mal.
El soplete de plomero
Siempre y como instrumento de primera necesidad, cargo un soplete automático de plomero. No, no es para remendar las tuberías de las colmenas, ni para soldarme los puños de acero que tengo y que quedan destrozados cada vez que me enfrento al terrible ratón; ¡no!
Lo utilizo para encender mi ahumador. Es demasiado conveniente solo presionar un botón, y listo!, una flama preciosamente azul, inicia un fuego aun en la lluvia, y aun con zacate mojado.
Cuando encontramos arañas en lugares no deseados como adentro de un cajón, o en los bastidores, el soplete es el instrumento de exterminio que sin residuos tóxicos para las abejas, tatema las arañas y sus crías.
En ocasiones encontramos alguna colmena muerta, que la polilla ya está tratando de destruirla con su presencia. Ahí, el soplete es de un gran uso, llevamos la flama, y saneamos el cajón y todas las partes donde se anidan las larvas de esta. Y en los bastidores, les pasamos la flama de una manera rápida, pero continua, a manera de que no se inicie a quemar la cera, pero que destruya los gusanos y huevos de la polilla.
El sistema requiere que seas observador, y que veas con detenimiento los efectos de la flama sobre los bastidores. Los bastidores, por más dañados que los encuentres, tienen salvación si primero los tratas de esta forma. También los puedes dejar al sol, pero en un desierto como en el que yo vivo, este método es difícil porque el sol funde la cera muy rápido. Los puedes dejar al viento y la lluvia, y esto terminara con tus problemas. Pero cuando no tienes tiempo y tienes necesidad de utilizar todo lo que tienes; sanear un bastidor utilizando un soplete de plomero, es una opción ecológica, eficiente, y sin residuos o complicaciones de daños por la utilización de pesticidas en tus colmenas.
El soplete también sirve para “quemar” los ahumadores de la brea que dejan los combustibles que usamos. Nos sirve para “quemar” equipos cuando tenemos alguna enfermedad y antes de
Les comparto unas fotografías de un enjambre que se instaló en una colmena abandonada y muerta, que ya teníamos destinada a él extractor de cera solar y que estaba llena de polilla. Esa colmena, se le quito toda la cera vieja que era posible de quitar, y ya sin polilla, le dimos unos bastidores de miel, y de pupa a punto de emerger de otras colmenas fuertes, para fortalecerlo antes de que llegue el invierno.
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